Animarse a construir comunidad o como vencer los signos de muerte militando la vida

La cita es una mañana de sábado de otoño en Santiago, nos recibe un café y la generosa bienvenida de un espacio facilitado por la Iglesia Luterana de Chile en la comuna de Ñuñoa.

El domicilio es un dato, no así la invitación a encontrarnos para dialogar y compartir experiencias en torno a como estamos viviendo lo comunitario y lo asociativo en nuestros barrios y organizaciones.

El primer gesto, que es mas bien un rito, nos motiva a saludar de este a oeste, de norte a sur, cuatro puntos cardinales que de paso nos recuerdan que no somos l@s propietari@s de la tierra sino un@ con ella y por tanto que nuestro destino está indisolublemente unido a lo que acontezca en esta casa común.

Algunos datos de contexto nos permiten situar el diálogo, la Encuesta bicentenaria 2024 del Centro de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y el Informe sobre Desarrollo Humano en Chile del año 2024 del PNUD titulado: “¿Por qué nos cuesta cambiar? que nos entregan cifras desafiantes:

– Sólo el 22% confía en la participación en organizaciones.
– 68% no participa en ningún grupo, club o asociación ni está dispuesta a hacerlo
– 10% participa en más de un grupo.
– Sólo 1% manifiesta mucha o bastante confianza en los partidos políticos y en los
parlamentarios
– Sólo 16% tiene mucha o bastante confianza en la Iglesia católica
– 15% tiene mucha o bastante confianza en las demás personas
– Sólo el 15% dice que se puede confiar en la mayor parte de las personas
– 19% no tiene ningún amigo.
– 45% son católicos y 17% evangélicos
– Jóvenes de 18 a 24 años: 31% son católicos, 12% evangélicos, 50% ateos, agnósticos o ninguna religión.

Lo primero que arranca es definir el panorama como una profunda crisis de valoración en la opinión pública respecto a lo asociativo y lo colectivo.

Mastico la palabra crisis y como de tanto repetirla diluye su sentido, pienso en los barrios pobres y la crisis atávica que habitan, encendemos la televisión y los editores se encargan de actualizarnos la página roja cada mañana, no sin antes recordarnos la crisis de seguridad en que estamos insertos, discurso que luego es oportunamente expropiado y amplificado por populismos de derechas con fines electorales, aporofóbicos, xenófobos, nostálgicos de dictaduras y anhelantes de un “ordenado” control social, todo en función de un concepto que pareciese (solo pareciese) hacersenos inabordable.

Dialogamos, nos contamos nuestras experiencias e independiente de los espacios desde donde hemos llegado parecen existir puntos de coincidencia y no es raro que cuando rompemos las barreras del silencio y el ensimismamiento, constatemos que no somos tan distint@s un@s de otr@s, que los prejuicios nos distancian y que solo en el intercambio sincero y respestuoso podamos sintonizarnos en lo cercano construyendo también en la diferencia.

Luego un ejercicio de relajo, detenerse a tomar conciencia de nuestro cuerpo, respirar pausadamente, tensar y destensar los músculos, descubrir la zona donde hay nudos que duelen o molestan y darse cuenta que no era todo el cuerpo el afectado sino una parte la que complicaba toda nuestra humanidad, reconocer el punto de tensión e intentar recuperarlo para volver el cuerpo a un estado ideal,  imagino como realizar un ejercicio similar para “mejorar” a nivel social.

Avanzada la mañana seguimos dándole a la conversada, con la confianza de reconocerse entre pares, navegantes de una memoria común y tal vez con las mismas incertezas acerca de lo que viene.

Una mesa suma reflexiones y desata preguntas que se agradecen. En un contexto en que, o creeemos saberlo todo o nos angustia la idea de no encontrar respuestas, con frecuencia olvidamos que el camino de la pregunta debiese ser un paso vital para abrirse horizontes, cuestionar, cuestionarse…

Corren dias en que el mercado, abierta o solapadamente, intenta controlar las vidas, los haceres, las relaciones humanas, levantamos “emprendimientos” para independizarnos sin depender de otr@s y no pocas veces caemos en la propia “autoexplotación”, ¿cuantos de nuestros vínculos son definidos en función del costo y beneficio que aquello nos signifique?, hay que prescindir de la cultura, sacar la asignatura de filosofía de las mallas curriculares, olvidar la historia, vivir el aqui y ahora preparando el asalto al futuro solo con las herramientas que te permitan ser rentable, valorable para la industria y reconocible para las mal llamadas “redes sociales”.

Dicen que los salmones nadan contra la corriente para volver al lugar donde nacieron y asi seguir reproduciéndose, pienso que cada un@ de los que han llegado a este singular lugar de encuentro, se hermana con otr@s peces que en lugares diversos, sincrónicamente o no, están regresando a casa, a encontrarse con afectos olvidados, a redescubrir el germen que les ha hecho crecer, subir bajar y volver a elevarse.

Oigo el testimonio del cura Pedro que nos cuenta que su tarea no ha estado en esperar que por arte de magia o estrategias de “marketing” haya quienes lleguen a formar comunidad, que le ha tocado salir, dialogar, respetar la particularidad de cada cual y hacerse un@ con l@s otr@s… misionar.

Pienso que en un momento en que el miedo inmoviliza, la discursividad convoca a “sálvarse sol@”, a pasar lo mas “piola” posible, está bueno rescatar y poner en valor cada gesto, por mínimo o esporádico que sea, que aporte a levantar la minga asociativa que nos apañe a tod@s.

Se abre la tarde y agradecemos la invitación del Centro Ecuménico Diego de Medellín a seguir reflexionando, a recordarnos que no hay espacio posible para el retiro o la renuncia, que los signos de muerte se vencen honrando, militando y animando la vida, corazonando, esperanzando.

Concluye este inesperado momento, y me llevo la invitación a enfrentar  preguntas emergentes, aprender nuevos saberes, desplegar estrategias creativas, pero sobre todo recuperar y abrazar los tesoros que cargamos como motor de la existencia, alentarse, alentarnos, para mover a otr@s, pasar de esteros particulares a rios colectivos, donde cada un@ importe, donde nadie quede a la deriva o sea indiferente para el resto mundo o incluso para si mism@.

Patricio Rivera Moya
Periodista, comunicador y educador comunitario
Editor Morral

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